Los Juegos Olímpicos son un marco ideal para ubicar grandes gestas. Su propia creación ya lo anticipaba: los griegos organizaron hace ya muchos años eventos deportivos para honrar a los dioses. Los más importantes se celebraban para brindar por el dios Zeus en la ciudad sagrada de Olimpia. Se repetían cada cuatro años. Aquel eventó evolucionó con el desarrollo de la historia, consagró mitos y leyendas y así surgieron los Juegos Olímpicos modernos en 1896.
La disciplina por excelencia es el atletismo. Este deporte pone a prueba entre adversarios las tres habilidades básicas del ser humano: correr, saltar y lanzar. La exigencia es máxima. Una de sus manifestaciones más duras es el maratón, que consiste en correr a pie 42195 metros. La leyenda cuenta que su nombre se debe a la carrera que tuvo que darse Philípides, mensajero del ejército griego, desde la llanura de Maratón hasta Atenas para anunciar a las mujeres que habían vencido en la guerra contra los persas. La mejor marca mundial la ostenta el etíope Haile Gebrselassie. Lo hizo en Berlin, en agosto de 2008, con un tiempo de 2 horas, 3 minutos, 59 segundos.
Ústedes ya están acostumbrados a ver a corredores africanos en lo más alto del podio en las pruebas de atletismo. Las pruebas más exigentes físicamente suelen ser patrimonio de la raza negra. Sin embargo, esto no fue siempre así. Les puedo asegurar que no. El primer ganador africano de la medalla de oro en un maratón no llegó hasta los Juegos de Roma en 1960. La historia de aquel tipo merece ser conocida. Su nombre es Abebe Bikila. Nació en Jato, un pequeño pueblo de Etiopía, en 1932. Con 17 años de edad se enroló en el ejército, y formó parte de la Guardia Imperial. A los defensores del emperador se les exigía ser fuertes y resistentes. Entonces apareció su descubridor: el talentoso entrenador sueco Onni Niskasen. Con entrenamientos duros y novedosos, Abebe Bikila se transformó en una fuerza sobrehumana, especialista en recorrer kilómetros. Su grandeza estaba en un detalle: Bikila gustaba de correr descalzo. Su entrenador no frenó aquella locura, pues sus tiempos eran mejores sin zapatillas.
Llegaron los Juegos de Roma de 1960 y la promesa se hizo realidad. Abebe Bikila arrasó en el maratón y se colgó la medalla de oro. Su tiempo mejoró el récord olímpico con una marca de 2 horas, 15 minutos y 16 segundos. Su gesta rompió moldes: realizó la carrera descalzo y únicamente perdió 350 gramos de peso, cuando la media se situaba en los 4 kilos. El mundo estaba sorprendido. Su medalla suponía otra victoria simbólica. Había vencido en Roma, muy cerca de donde partieron las tropas de Mussolini en 1935 para conquistar Etiopía. Africa tenía un nuevo rey.
En los Juegos de Tokio en 1964 el corredor descalzo revalidó su medalla de oro. Esta vez corrió con zapatillas de tenis. Sin embargo, su actuación escondía otra historia heroica. Seis semanas antes de la prueba, había sido operado de apendicitis, lo que entorpeció su entrenamiento. No le importó: volvió a pulverizar los registros con un nuevo record mundial de 2 horas, 12 minutos y 11 segundos. Un accidente de coche en 1969 le sentó en una silla de ruedas, quedando paraplégico. En su regreso a Addis-Abeba fue recibido como un héroe. Una hemorragia cerebral acabó con su vida en 1973. En verdad fue un héroe. Dedicó su vida a demostrarnos el camino. Nunca se dio por vencido. Demostró que los récords sólo existen para superarlos. Él siempre lo hizo. Y descalzo.


