miércoles, 6 de mayo de 2009

Los pies descalzos más rápidos del mundo


Los Juegos Olímpicos son un marco ideal para ubicar grandes gestas. Su propia creación ya lo anticipaba: los griegos organizaron hace ya muchos años eventos deportivos para honrar a los dioses. Los más importantes se celebraban para brindar por el dios Zeus en la ciudad sagrada de Olimpia. Se repetían cada cuatro años. Aquel eventó evolucionó con el desarrollo de la historia, consagró mitos y leyendas y así surgieron los Juegos Olímpicos modernos en 1896.

La disciplina por excelencia es el atletismo. Este deporte pone a prueba entre adversarios las tres habilidades básicas del ser humano: correr, saltar y lanzar. La exigencia es máxima. Una de sus manifestaciones más duras es el maratón, que consiste en correr a pie 42195 metros. La leyenda cuenta que su nombre se debe a la carrera que tuvo que darse Philípides, mensajero del ejército griego, desde la llanura de Maratón hasta Atenas para anunciar a las mujeres que habían vencido en la guerra contra los persas. La mejor marca mundial la ostenta el etíope Haile Gebrselassie. Lo hizo en Berlin, en agosto de 2008, con un tiempo de 2 horas, 3 minutos, 59 segundos.

Ústedes ya están acostumbrados a ver a corredores africanos en lo más alto del podio en las pruebas de atletismo. Las pruebas más exigentes físicamente suelen ser patrimonio de la raza negra. Sin embargo, esto no fue siempre así. Les puedo asegurar que no. El primer ganador africano de la medalla de oro en un maratón no llegó hasta los Juegos de Roma en 1960. La historia de aquel tipo merece ser conocida. Su nombre es Abebe Bikila. Nació en Jato, un pequeño pueblo de Etiopía, en 1932. Con 17 años de edad se enroló en el ejército, y formó parte de la Guardia Imperial. A los defensores del emperador se les exigía ser fuertes y resistentes. Entonces apareció su descubridor: el talentoso entrenador sueco Onni Niskasen. Con entrenamientos duros y novedosos, Abebe Bikila se transformó en una fuerza sobrehumana, especialista en recorrer kilómetros. Su grandeza estaba en un detalle: Bikila gustaba de correr descalzo. Su entrenador no frenó aquella locura, pues sus tiempos eran mejores sin zapatillas.



Llegaron los Juegos de Roma de 1960 y la promesa se hizo realidad. Abebe Bikila arrasó en el maratón y se colgó la medalla de oro. Su tiempo mejoró el récord olímpico con una marca de 2 horas, 15 minutos y 16 segundos. Su gesta rompió moldes: realizó la carrera descalzo y únicamente perdió 350 gramos de peso, cuando la media se situaba en los 4 kilos. El mundo estaba sorprendido. Su medalla suponía otra victoria simbólica. Había vencido en Roma, muy cerca de donde partieron las tropas de Mussolini en 1935 para conquistar Etiopía. Africa tenía un nuevo rey.

En los Juegos de Tokio en 1964 el corredor descalzo revalidó su medalla de oro. Esta vez corrió con zapatillas de tenis. Sin embargo, su actuación escondía otra historia heroica. Seis semanas antes de la prueba, había sido operado de apendicitis, lo que entorpeció su entrenamiento. No le importó: volvió a pulverizar los registros con un nuevo record mundial de 2 horas, 12 minutos y 11 segundos. Un accidente de coche en 1969 le sentó en una silla de ruedas, quedando paraplégico. En su regreso a Addis-Abeba fue recibido como un héroe. Una hemorragia cerebral acabó con su vida en 1973. En verdad fue un héroe. Dedicó su vida a demostrarnos el camino. Nunca se dio por vencido. Demostró que los récords sólo existen para superarlos. Él siempre lo hizo. Y descalzo.

viernes, 24 de abril de 2009

Un gancho contra la injusticia

“No estoy en la cárcel por asesinato. Estoy en la cárcel porque soy un negro en los Estados Unidos de América.” Es la voz de Rubin “Huracán” Carter, el boxeador al que cantó Bob Dylan. En 1966 terminó su carrera. Tenía veintinueve años. Acababa de protagonizar un combate inolvidable contra Emile Griffith, futuro campeón del mundo. Había conquistado el Madison Square Garden de Nueva York. Era el próximo rey. Nada ni nadie podría evitar su ascenso. Pero una noche oscura de aquel año su vida cambió. Ya no volvería a pisar la lona de un cuadrilátero.



En un bar de Nueva Jersey sucedió la tragedia: tres hombres blancos habían sido asesinados a sangre fría por dos hombres de color negro. El sheriff y sus hombres iniciaron la investigación. En la misma madrugada, Rubin Carter abandonaba un bar cercano, después de haberse emborrachado con su amigo John Artis. Eran dos negros en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Fueron detenidos como principales sospechosos. Los testigos del crimen no les reconocieron. No existían pruebas para enjuiciarles. No es difícil imaginar el veredicto del jurado: culpables por unanimidad. Tampoco es difícil imaginar la composición de aquel jurado: todos eran blancos. La población del distrito necesitaba un culpable para tranquilizar sus sueños. Ya podían dormir sin miedo. Igual que Carter. Él, sin embargo, lo haría entre rejas.


Las manifestaciones se sucedieron a lo largo del país. La canción de Bob Dylan se convirtió en el himno de la reivindicación. Todo resultó inútil. El caso estaba cerrado: la justicia americana era infalible. Aquella historia conmovió a un recién licenciado en Derecho por la Universidad de Toronto. Su nombre era Lesra Martin, era negro y estaba decidido a sacar a Carter de la cárcel. Las investigaciones le animaron. La verdad era evidente: las pruebas habían sido manipuladas, las declaraciones inventadas y los testigos pagados. El reto no era fácil. La corrupción policial moriría por evitarlo. Sin embargo, el Tribunal Federal reconoció la injusticia. La sentencia del juez afirmó que la condena estaba basada en el racismo, y no en la razón. Eso sucedió en 1985. Habían pasado diecinueve años. Carter jamás podría dedicarse al boxeo.

Desde entonces, aumentaron sus ganas de combatir. Su rival sería la injusticia. Hasta 2005 presidió la Asociación para la Defensa de los Condenados injustamente. Hoy tiene setenta y un años. Se dedica a concienciar a la gente a través de conferencias. Su vida le ampara. Nunca ha dejado de luchar. “El odio me llevó a la cárcel, pero el amor me sacó de ella” afirma. Nunca se ha rendido. Siempre será un héroe.

viernes, 17 de abril de 2009

Historias de héroes


Con la primera civilización apareció el primer héroe. Ya conocen cómo funciona una sociedad humana: los ciudadanos viven y sobreviven, crecen junto a su gente y luchan por mejorar su panorama vital. En ese proceso existen depresiones y momentos de angustia. En ese momento aparecen los héroes. Las personas necesitan guías para seguir adelante. Apoyan su existencia en el ejemplo de otros seres humanos. Son individuos semejantes a nosotros pero gozan de una reputación merecida, basada en una historia personal de superación. Estas personas pueden pertenecer a nuestro entorno cercano. Pueden ser un padre, una hermana o un amigo lejano. Su presencia ilumina el camino. Su acción sienta cátedra. Seguro que conocen alguno. Trátenle bien: quedan pocos. No conviene perderlos.

Estas figuras pueden proceder también de otros mundos. Son los héroes del pueblo. Me refiero a esas personas, dueñas de una vivencia impactante, que son admiradas por la masa. El siglo veinte impulsó los fenómenos de masas. La interconexión mundial y las vías electrónicas aceleraron el proceso global. El deporte se vio implicado de lleno. Su expansión territorial e informativa fue excesiva. Cualquier habitante del planeta conoció el ascenso, el éxito y la caída de Michael Jordan. Todos reconocíamos sus gestos, admirábamos su juego y entendimos su importancia en el baloncesto mundial. Las masas eligieron nuevos referentes. El deporte generó grandes historias de superación y los medios de comunicación se encargaron de difundirlas. Todas sus disciplinas son aptas para ello.

El deporte permite crear modelos de actuación. Estamos ante una metáfora de la vida. Sus participantes representan una función, persiguen un objetivo y se esfuerzan por alcanzarlo. Todo ello crea un mundo aparte, en el que los obstáculos interrumpen y las dificultades entorpecen el paso. La depresión y la euforia, el éxito y el fracaso, la persistencia y la rendición se suceden constantemente. Ante todos estos estados de ánimo, existen dos opciones: caer o levantarse. Aquel que decide seguir y no mirar atrás, aquel que opta por luchar en la tristeza o derrota y aquel que demuestra coraje y corazón en su camino, ese es nuestro ejemplo. Ese es el héroe. Por todos ellos nace este blog. Para que su ejemplo perdure para siempre. Para recuperar sus historias anónimas. Porque ellos son nuestros héroes.